Jake Monroe

Jake Monroe nació en el reino de Ionia, al sur del Puerto de Dolle, en el continente Yorbian. Como hijo mayor de la familia real Monroe, considerada la más influyente de todo el hemisferio oeste, vivió toda su infancia encerrado en el palacio debido a la multitud de enemigos que tenían. Siempre soñó con el día en que alcanzaría la mayoría de edad para aventurarse lejos y explorar el mundo. 

Desde pequeño, sintió una gran afinidad por los animales. Poseía como mascotas un perro, un gato, un loro y un hámster. Dado que no tenía otros niños con los que jugar, consideraba a sus mascotas como sus amigos. Un día, a la edad de 12 años, mientras corría por el patio, descubrió a una ardilla herida tirada junto a un árbol. La recogió y la llevó a su habitación, donde la vendó y le dio de comer. A partir de ese momento, se convirtió en su nueva mascota, compartiendo juntos cada aventura. Sin embargo, cuatro años después, la ardilla falleció, dejando un vacío en él.

Ese mismo año, agotado y obstinado por su encierro interminable, decidió emprender una fuga en dirección este hacia el reino de High Gardens. Una vez allí, se enteró de la Academia de Caballería y decidió inscribirse para aprender a luchar y defenderse en caso de que alguien lo reconociera y tratara de llevarlo de vuelta. Lo que no esperaba era que encontraría en Michael Ravensgar a su primer y mejor amigo. Desde sus primeras palabras intercambiadas, supo de inmediato que serían inseparables. Entrenaban juntos y se ayudaban a mejorar, aunque notaba la superioridad de su amigo, a pesar de que este era dos años menor. Sin embargo, esto nunca provocó celos o envidia en él. Por el contrario, lo admiraba y se esforzaba al máximo para alcanzarlo.

En la noche de la graduación de Michael, después de bailar y festejar, decidió salir a tomar aire fresco y se dirigió al campo de entrenamiento. Pocos minutos después, un hombre misterioso, completamente desconocido para él, apareció desde una esquina oscura y se abalanzó hacia él con una velocidad sobrehumana. A pesar de sus intentos por alcanzar una espada cercana, no tuvo tiempo suficiente. El hombre ya había perforado su corazón. En sus momentos finales, vio su vida pasar ante sus ojos y sonrió satisfecho por todo lo que había logrado y por la amistad excepcional que había encontrado.